martes, 21 de octubre de 2008

Un concierto francés (I)


Sólo le miraban las viejas, y lo llevaba muy mal. Lo peor es que, una vez establecido contacto, no podía evitar volver la vista en su dirección una y otra vez. No es que la mujer estuviera especialmente mal para su edad, pero ¿cuál sería su edad? Podían ser cincuenta. Podían ser ciento cincuenta. Tanto daba. Era ese tipo de persona que alcanzó en algún momento ese aspecto bajo el que ya no importa tu edad. Era redonda, pero tampoco excesivamente gorda. Santos la imaginó recreando una imagen más o menos francesa, o sea; sexo de una madura –por envergadura y estilo no podía llamarse madurita- con un jovenzano. Pero Santos tampoco era ningún jovenzano. Ya no cumplía los treinta, y las dos chiquillas de veintipoco que se sentaban delante de él no le hacían ni puto caso. Cuando Angel se aproximo a ellas Santos se quedó a cuadros. Pero le duró poco. Era el estilo de Angel, lo que había que esperar de él.

Angel conocía a una de las niñas; tenía un aire así como ucraniano, del este, vaya. Pero no. Sólo estaba buena. Y además cantaba. De eso la conocía el Angel siempre metido en todos tipo de fregaos musicoides.

La ucraniana le presentó a su amiga; una morena buenorra, algo más joven, con un pequeño piercing en la nariz; vestido relativamente ajustado, negro. Nada más entrar a la sala se acodó en la barra para preguntar:

 -¿Qué diferencia hay entre una caña, un tubo y un botellín?

 

Santos, que había llegado antes y esperaba al Angel amurado a la barra, aguardó la reacción del dueño que, muy profesional, le explicó el tema. Un camarero más joven hubiera aprovechado para ligar con la nena –y hubiera tomado la pregunta por un tejazo para establecer contacto-, pero el Robe lucía bigote decimonónico y estaba ya de vuelta para esas cosas. Se lo explicó, sin reírse ni nada, en una acción puramente didáctica. Santos pensó en hacer leña de la lerdada con Robe, en plan ‘de dónde habrá salido esta’ o algo por el estilo, hacer risión del árbol caído, pero se lo pensó mejor ¿Tonta del culo? Quizá, pensó. Pero está buena. Prudencia.

Ahora Angel charraba con ella encantado de la vida, él y sus cincuenta recién cumplidos. Santos miraba sin esperanza ninguna de que la ucraniana o la morena tontorrona se interesaran por él. No llevaba bien los treinta. Su genética no los llevaba bien. Ya se conocía el mundillo y sus crueldades, y se lo montaba en plan budista. Ohm. Sin deseos, no hay sufrimiento. Algo así.

Al menos no la había cagado. Podía haber sido una cagada doble; una supercagada, como decía un homogayer de la tele. El Robe podía haber respondido a su invitación al cachondeo con postura muy seria –la belleza, siempre la belleza-, y luego le podían haber presentado a la víctima que –para hacer cagada de triple salto mortal- se habría olido de alguna forma el pastel. Pero ni lo uno ni lo otro. El Angel perdía la cabeza cuando se ponía a charrar con nenas bonitas, no podía evitarlo. Se olvidaba de todo lo que tenía a su alrededor. No era mala baba, ni intención de monopolizar a las miembras. Simplemente, se le tragaban los ojos, los labios, la boca y todo lo demás de la interfecta. Angel era un adicto a las mujeres, y el Gran Orden, de forma piadosa, le concedía, al menos, admirada conversación con ellas.

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